El director de la escuela mandó llamar a Pierrot, uno de los alumnos del centro, a su despacho. Al parecer, este alumno habí­a menospreciado públicamente las enseñanzas de su profesor de historia. Mientras esperaba su llegada, analizaba su expediente académico. Aparentemente era un chico normal. Sus notas podrí­an ser consideradas notables y no habí­a nada en su expediente que pudiera hacer pensar que el chico fuera conflictivo. En ese mismo instante, justo cuando cerraba el expediente, el muchacho asomó por la puerta.

Me han dicho que viniera a verle, señor director. – Dijo el chico con tono educado.
Así­ es. Adelante. Sientate, por favor. – Invitó el director.

El chico entró en el despacho, cerró la puerta y tomó asiento frente a la mesa del director. Su apariencia era normal y su mirada despierta.

Según parece, has armado un buen lí­o en la clase de historia. ¿Qué ha pasado, Pierrot? – Preguntó paternalmente el director.
Bueno, señor. Todo empezó cuando el profesor me llamó la atención al verme distraido…

Pierrot. ¿Te importarí­a compartir tus pensamientos con el resto de la clase? – Preguntó irónicamente el maestro.
No estaba pensando, señor Nózar. Estaba soñando. – Respondió Pierrot.
Así­ que soñabas. ¿Y podemos saber con qué soñabas? – Preguntó jocoso el maestro.
Soñaba con Alarí­co y su paseo triunfal por Roma. Trataba de imaginar la sensación que pudo tener al derrotar al mejor de los ejercitos y conquistar la ciudad más poderosa del mundo. – Respondió Pierrot.

Un tanto desconcertado con la respuesta, el profesor se levantó de su asiento y caminó lentamente hacia el chico. Mientras se acercaba a él pensaba en cómo encaminar la conversación. Finalmente, se apoyó sobre una mesa a la espalda del chico y le preguntó:

¿Acaso crees que Alarí­co conquistó Roma desatendiendo el sabio consejo de sus maestros? – Inquirió el maestro con aire de suficiencia.
Bueno, señor. No creo que sus enseñanzas puedan servirme en este caso ya que no pretendo conquistar un imperio, sino algo mucho más importante. – Respondió Pierrot.
¿Y qué es eso tan importante que deseas conquistar? – Preguntó claramente ofendido el profesor.

Pierrot se giró, le miró a los ojos y le dijo: El corazón de una mujer, señor.

Hay 5 comentarios

  1. jueves, 30 de marzo de 2006 a las 11:54

    Qué distinto es regocijarse en esta delicada prosa, la de Pierrot, que hacerlo en los cantos de Maldoror, tan terribles y apasionados. Pero, qué delicia en cualquier caso.
    Regresaré a leer más fragmentos a medida que transcurran los dí­as. Entre tanto, hombre de Vitruvio, me retiro a mis sueños.

    Besos de ajenjo.

  2. sábado, 1 de abril de 2006 a las 19:06

    Muchas gracias por tus palabras, Lady Sashka. Vuelve cuando quieras. Tu magia siempre será bienvenida.

    Ciao,
    Pierrot

  3. domingo, 2 de julio de 2006 a las 09:11

    Mmmm este texto me gusta, me lo descargo para leerlo con calma. Gracias. 🙂

  4. Herminia
    miércoles, 13 de diciembre de 2006 a las 23:45

    Muy triste, melancolico y real
    asi es mi existencia.

    Y no sabia que alguien ya lo habia vivido.

    Fue una luz en mi agonia.
    Gracias
    Mina

  5. viernes, 15 de diciembre de 2006 a las 17:59

    Hola Herminia,

    la verdad es que no entiendo bien a qué te refieres. Aún así­, tus palabras reflejan mucha tristeza, algo que forma parte del ser humano. Sólo puedo desear que no desesperes, pues la vida es un carrusel de emociones que unas veces nos elevan y otras nos hunden. Y eso, lejos de ser algo que temer, deberí­a ser la parte fundamental de nuestros anhelos, ya que es precisamente eso lo que nos mantiene realmente vivos.

    Por mi parte, creo firmemente que no hay nada peor que que no te pase nada, pues la vida nos da la oportunidad de reir y sufrir. En definitiva, nos da la oportunidad de sentir. Eso es vivir. Porque, ¿qué sentido tiene llegar a la muerte sin un arañazo? Si algo nos tiene que gastar, que sea el sentir. Y poder morir con el corazón exhausto, y no intacto.

    Como decí­a la canción de Joy Division, Love will tear us apart, que el amor nos haga trizas.

    Un besazo,
    David