Con el paso del tiempo vamos controlando más las situaciones, preveyéndolas, anticipándonos a ellas y tanto es así­ que, a menudo, termina por no pasarnos nada. Al menos nada que no tuvieramos previsto de antemano. En definitiva, le robamos a la vida gran parte de su capacidad para sorprendernos. Como si pudieramos permitirnos el lujo de dejar pasar oportunidades para vivir nuevas experiencias o emociones. Como si, ilusos nosotros, pensaramos que vamos a vivir para siempre. Cuando la pura verdad es que sólo vivimos una vez y nuestro tiempo es limitado. Así­, las oportunidades pasan para no volver y la magia de cada uno de los momentos que forman nuestras vidas consiste, precisamente, en el cúmulo de circunstancias que les hacen únicos e irrepetibles.

Y es que, ¿cuántas veces dejamos de hacer cosas que realmente queremos hacer sólo por miedo al fracaso? ¿Acaso no es un fracaso aún mayor el hecho de no intentarlo siquiera? En verdad la resignación es un monstruo que devora poco a poco nuestros espí­ritus y, finalmente, terminamos por ignorar la inspiradora voz de nuestros sueños. Esa voz que nos aconseja sin egoí­smo alguno y nos dice quién somos realmente. Esa voz nuestra, verdaderamente nuestra. Una voz que nos invita a vivir, a vivir de verdad.

Y vivir es reir, vivir es llorar, vivir es sufrir, soñar y, también, tener problemas. Porque no tiene sentido llegar intactos a nuestro destino final sin apenas haber sido desgastados por los envites de la vida. Vivir es precisamente eso: recibir esos golpes en forma de emociones. Cantarles, llorarles y bailarles con lágrimas en la cara, bien de sea pena o de alegrí­a. Y que, al final, nuestro barco llegué zozobrando a puerto con las velas hechas jirones, sin apenas timón y las bodegas bien cargadas de emociones… de vida.

Pero mejor será que frene mi verbo, porque no hago sino hablar conmigo mismo en voz alta y acabaréis pensando que no soy más que un pobre loco. Y, sin embargo, si me preguntáis, os diré que hay que estar muy loco para no cometer nunca una locura, ¿verdad?

En fin, ¡sé realista, sueña! Buen martes. 😉