Contaba Suetonio que, allá por el 69 a.C., se encontraba Julio César visitando el Templo de Hércules en Ad Herculem (actual San Fernando) cuando «al contemplar una estatua de Alejandro Magno se echó a llorar, como avergonzado de su inactividad pues no habí­a hecho todaví­a nada digno de memoria en una edad en la que ya Alejandro habí­a conquistado el orbe de la tierra«.

Reconozco que me cuesta mucho ponerme en el lugar de una persona que vivió y murió hace dos milenios para plantearme cuál podrí­a ser su visión de la vida. Teniendo en cuenta la escasa esperanza de vida en aquellos años, es de suponer que la urgencia por trascender fuera un elemento de presión mucho más presente en aquellos dí­as de lo que lo es en nuestra sociedad actual. Quizás sea precisamente esa la razón por la cual siempre me ha fascinado la pasión vital (no sabrí­a expresarlo de otra manera) que demostraron nuestros antepasados en sus cortas pero intensas vidas.

Sin embargo, y a pesar de haber nacido y crecido en un mundo tan distinto del romano como es el actual, reconozco que me resulta sencillo entender la reacción de Julio César de la que Suetonio habla. Supongo que yo mismo he tenido muchas veces un sentimiento similar al pensar en la vidas de personas como Anibal, Alejandro Magno, Alarico, Viriato y tantos otros más. Todos ellos con una vida tremendamente apasionada e intensa.

Quizás el sentimiento del que hablo no sea más que envidia, soberbia o un simple delirio de grandeza. Sinceramente, no lo sé. Aunque imagino que es una sentimiento natural en los seres humanos. Como un grito que brota de nuestra naturaleza más instintiva para llamar nuestra atención y recordarnos la temporalidad de nuestra presencia en este planeta, así­ como la grandeza que envuelve al hecho de tener la oportunidad de vivir nuestra propia historia.

Sin embargo, a menudo siento que esta sociedad nuestra, con sus falsas necesidades y prisas, nos roba la tutela de nuestros propios pasos y, así­, la oportunidad de jugar nuestro propio papel en la historia de nuestras vidas. Un papel que nadie deberí­a dictar, nadie excepto quizás el propio impulso que nos guí­a de manera instintiva. Pero no es así­. Y con la atención distraí­da en aspectos ajenos a la verdadera importancia de nuestras vidas, somos empujados de manera sutil, casi imperceptible, pero firme e inexorable hacia el ocaso de nuestros dí­as.

Pero disculpadme si el tono de mis palabras denota cierta tristeza o desesperanza, pues no es mi intención. Es sólo que debo haberme dejado llevar por la nostalgia al recordar el paseo furtivo que disfruté ayer entre las ruinas romanas de Baelo Claudia- situadas en el magnifico enclave natural que atesora la Ensenada de Bolonia. Allí­, curioseando completamente solo entre las ruinas del teatro, cerraba mi ojos y casi podí­a sentir el calor de las personas que una vez acudieron aquí­ con una única motivación: escapar de la rutina diaria brincando a los lomos de la ensoñación para formar parte de alguna historia remota y emocionante.

Dos mil años después, sólo queda el esqueleto inerte que atestigua su existencia y, sin embargo, ¿por qué resuenan aún sus risas en mi cabeza?

Hay 4 comentarios

  1. Agripina
    jueves, 13 de diciembre de 2007 a las 22:23

    La verdad es que la sociedad Romana era muy distinta a la sociedad actual, pero de ella hemos aprendido mucho y nos falta mucho por aprender.
    Sorprendente son los monumentos que hicieron y toda su grandeza, (no hay nada mas que darse una vuelta por España). Su particular forma de entender la vida diaria de sus ciudadanos y no ciudadanos, la politica, la religion, etc. Y no menos excepcional, como sentaron tantas bases de lo que es hoy el Derecho tal y como lo concebimos.

    Entiendo que el sentimiento de perdurar en el tiempo lo tenemos los seres humanos, pero actualmente, no se si decirte, que es mucho mas complicado, aunque verdaderamente vivamos mas años. Nunca se sabe si hemos conseguido perdurar, no se si eternamente, pero si hacer huella en las personas de nuestro alrededor sin apenas darnos cuenta, y ahí­ tenemos el perdurar en el tiempo en el corazon de esas personas. Sí­, quizas no es tan majestuoso, pero ¿ no crees que merece la pena ?

    ¿ Y te preguntas porque escuchas sus risas en tu cabeza ? ¡¡ Como no oirlas !!

  2. viernes, 14 de diciembre de 2007 a las 17:03

    Caramba… un poco drástico, ¿no? Espero poder siendo un poquito al menos dueña de mis propios pasos, y puesto que inexorablemente mi vida se dirige hacia el ocaso, antes o después, disfrutar lo que pueda por el camino y hacer felices a las personas que me rodean. Eso sin duda logrará que algo de mí­ perdure.

    Me hiciste pensar mucho.

    Un beso.

  3. lunes, 17 de diciembre de 2007 a las 17:39

    Pufff, estoy totalmente de acuerdo contigo. Viven la vida por nosotros mientras nos hacen creer que tenemos el control de la misma.

    ¿Quién? En el fondo nosotros mismos somos los culpables de esta situación. Es cierto que si uno se sale del tiesto enseguida le tildan de raro o de inadaptado. En el fondo está en nuestros genes, no me cansaré de repetirlo, somos esclavos de nuestra genética, la capacidad de raciocionio es lo que destroza a la especie humana.

  4. jueves, 27 de diciembre de 2007 a las 17:23

    Estoy totalmente de acuerdo contigo, Agripina. Esa labor diaria de la que hablas puede no tener el encanto de las grandes gestas, pero no creo que sea menos loable.

    Un beso, Cris.

    Ya sabes, JR, que todo clavo que sobresale recibe un martillazo. Y, en cuanto a nuestra capacidad de raciocinio, bueno, no estoy de acuerdo. A mí­ me encanta el caos y la contradicción en la que nos ahogamos.

    Saluditos

    😉