Pues sí­, se ha ido mi amiga más í­ntima. Una amiga fiel que me ha acompañado en los mejores y peores momentos durante los últimos 17 años de mi vida. Siempre de mi lado, incondicional, contemplando el discurrir de mis dí­as sin una sola protesta. Incluso cuando, idiota de mí­, la desterré de mi vida durante muchos años. Y ahora ya no está. Se ha ido.

Pero dejadme que os cuente cómo la conocí­…

Acababa de cobrar mi primer sueldo (35.000 pesetas) y tení­a muy claro en qué querí­a invertir el dinero: una guitarra eléctrica. Así­ que habí­a pasado la tarde entera viendo guitarras en la zona de Ópera. Sin embargo, no habí­a conseguido encontrar ninguna que cumpliera con mis expectativas y, además, encajara en mi bajo presupuesto. Algo nada fácil, creedme, porque por ’35 talegos’ era muy difí­cil pillarse una eléctrica decente por aquella época. Así­ que, desanimado ya, y justo cuando empezaba a sopesar la idea de volverme a casa y esperar un par de meses más para ahorrar algo más de dinero, justo entonces, fue cuando la ví­.

Estaba colgada en una de las paredes de la tienda Garrido-Bailén, ni siquiera estaba en el escaparate y, sin embargo, captó toda mi atención. Era una guitarra elegante, serena y clásica; y, al mismo tiempo, desafiante. En fin, era mi guitarra. Estaba hecha para mí­. Y lo mejor de todo es que no era una guitarra eléctrica, ¡¡¡si no una guitarra acústica!!!

Así­ que no me lo pensé dos veces, entré en la tienda y le pregunté al encargado si podí­a probar la guitarra. Él la descolgó, la puso en mis manos y me invitó a tocarla advirtiéndome de que no era una gran guitarra: «No está mal, pero las tengo mucho mejores«. Puede que el encargado supiera mucho de guitarras, pero desde luego no tení­a ni idea de la relación entre un músico y su instrumento. Un ví­nculo invisible y probablemente incomprensible que une un simple objeto a un alma para trascender a una única voz y, al mismo tiempo, a una voz única. Porque en el momento que la rodeé con mis brazos por primera vez, supe que no se trataba simplemente de una guitarra, si no de mi guitarra.

28.000 por la guitarra
+3.500 por una pastilla externa
+1.800 por la funda
————-
33.300 Total

Ya era mí­a. A partir de ahí­, qué decir. Ha recorrido conmigo miles de kilómetros. Ha vivido conmigo cientos de aventuras. Se ha deslizado por la nieve de la montaña y se ha empapado con la arena del mar. Ha reí­do conmigo mis alegrí­as y ha llorado conmigo mis penas. Como anécdota, os puedo contar que al comprarla tení­a las yemas de mis dedos llenas de microcortes debido a mi trabajo y, al ser la cuerdas de la acústica de acero, las heridas se abrí­an por decenas empapando el mástil de la guitarra con mi propia sangre a medida que tocaba. Y, sin embargo, ¿cómo parar de tocarla? Simplemente, no podí­a evitarlo.

Era tal el cariño que demostraba por mi guitarra que mi madre incluso decí­a que la querí­a más que a ella y, bueno, aunque es obvio que nunca fue así­, supongo que su frase es bastante descriptiva. Y es que es enorme el cariño que le he llegado a coger a ese maravilloso pedazo de madera que escondí­a dentro un duende que el encargado de la tienda no podí­a ver. Un duende que se encargarí­a de mantener mi pasión por la música viva, incluso cuando dicha pasión habí­a desaparecido… aparentemente.

Por fortuna, un dí­a desperté de un prolongado letargo y corrí­ en su busca. ¡¡¡Mi guitarra llevaba años en el trastero!!! ¿En qué demonios estaba yo pensando para olvidarme de ella? ¿En el trabajo? ¿En mi empresa? ¿En hacerla funcionar? Pero, ¿cómo voy a pensar en hacer funcionar una empresa si yo mismo no funciono? Necesito mi guitarra, mi música. Esa que no vale nada para nadie pero que es tan importante para mí­, porque independientemente de lo que pase a mi alrededor, con ella, yo soy feliz. No necesito más. No necesito público. No necesito aprobación. Todo está bien.

Epiphone

Pero os preguntaréis qué ha sido de mi querida guitarra, ¿verdad? Bueno, aquí­ es donde vienen las buenas noticias. Se la he regalado a la persona más indicada para recibirla (por muchas razones): mi hermano Oscar. Porque de verdad creo que nadie como él podrá ser capaz de disfrutarla tanto como hice yo. Mi hermano Oscar y mi guitarra. Por el amor de dios, ¡qué gran pareja!

Así­ que estoy muy feliz por ello, porque muchas veces he sentido no ser un buen músico para estar a su altura. De hecho, recuerdo el dí­a que Jerónimo Maya (guitarrista de flamenco) estuvo en mi casa y la tocó un rato. Él no lo sabe, pero me emocionó tremendamente que la tocara con sus dedos de oro porque, al fin, mi guitarra era tocada por un maestro. Algo que yo no le habí­a podido dar.

Sin embargo, mi guitarra no es una guitarra para maestros. Y no me importa, porque creo que cumple con una misión mucho más importante: la de iniciar en la música a futuros maestros. Una virtud que no se reconoce a esos instrumentos baratos que tan a menudo son tratados con desprecio. Una virtud que les hace tremendamente nobles y de un enorme valor, independientemente de su precio.

Así­ que me llena enormemente de paz saber que ahora mi guitarra será tocada de nuevo por un aprendiz. Saber que será abrazada por unas manos llenas de ilusión que buscarán en ella la música que siempre han soñado tocar. Me encanta tener la certeza de entregarla a una persona que ama profundamente la música y que se emocionará al aprender con ella una nueva canción o al descubrir que también él es capaz de tocar y cantar a la vez… como me pasó a mí­ mismo hace ya tanto tiempo.

Adiós, amiga. Has sido la mejor guitarra del mundo. Ahora tú y tu duende os váis con alguien que os merece.

Gracias por todos estos momentos.

P.D.: Y, por último, para la única persona que siempre (y digo siempre con toda intención) se ha preocupado por si seguí­a tocando la guitarra y que siempre me ha animado a no abandonarla- quizás porque él siempre ha sabido lo importante que es para mí­: mi amigo César.

Perdona el sonido, tí­o, está grabado con un micro muy cutre y, por supuesto, perdona mi terrible voz, jeje, ya sabes que siempre he cantado como el culo, pero es una versión de los Doors, joder, ¿cómo no te iba a gustar?

😉

[audio:people-are-strange.mp3]

Gracias también a ti, mi buen amigo.

Hay 4 comentarios

  1. janis
    viernes, 22 de febrero de 2008 a las 21:18

    Ey Jim Morrison de Móstoles¡¡ Que voz tan sensual tienes¡¡¡

  2. Julio
    viernes, 22 de febrero de 2008 a las 21:44

    ¡Que texto tan bonito! Me ha gustado mucho volver a leerte en esta historia que resulta tan sentida y tan de verdad.
    Parece un pequeño relato con su punto de poesí­a y su punto de misterio final.

    Enhorabuena, y también por la canción, no está nada mal, pero aqui te pusiste un modelo demasiado grande, Morrison es un dios. 😀

  3. domingo, 24 de febrero de 2008 a las 17:47

    Jajajaa, Janis. No te rí­as de este pobre fósil.

    😛

    Hola de nuevo, querido Julio. Es una auténtico placer volver a tenerte aquí­.

    La verdad es que cuesta entender cómo puedes llegar a cogerle tanto cariño a algo, incluso siendo algo tan especial como un instrumento musical. No sé, no suelo tenerle apego a las cosas y, ya ves, a esta guitarra le he cogido mucho cariño. Será que el roce hace el cariño y, claro, no hay nada con lo que me haya rozado tanto como con esta guitarra, jeje. Así­ que supongo que es normal.

    Sobre Jim Morrison, la verdad es que no es santo de mi devoción. Me gustan los Doors, pero la figura de Jim Morrison no me atrae especialmente. Pero ya sabes que tu gusto lo respeto mucho.

    😉

  4. martes, 26 de febrero de 2008 a las 10:04

    Siempre me habeis dado envidia la gente que sabí­a acariciar, por lo menos, una guitarra y aunque siempre andaba cerca, porque yo poní­a la voz y las canciones gracias a mi buena memoria musical, me dabais mucha envida, siempre decí­a que un chico q sabí­a tocar, conmigo lo tení­a mucho más fácil… Precioso post.